Samsung necesita que el ejercicio de este año le salga redondo y para ello tenía que contar con un terminal perfecto. Algunos criticamos cierto conservadurismo: el S7 es muy parecido en su exterior al S6 y no avanza mucho más allá de resolver los problemas que se le habían anotado al S6. Recupera la bahía para tarjetas de memoria y la resistencia al agua y mejora el rendimiento de la batería.
La duda era si con eso podría ser suficiente para enfrentarse a la competencia que llega de China con unas tremendas ganas de comerle la tostada (por cierto, pasado mañana Huawei presenta en Londres su P9). Los inversores en Bolsa han despejado la duda: nada más conocerse que Samsung
había enviado a los distribuidores diez millones de terminales Galaxy S7 y S7 Edge en un mes, las acciones de la compañía coreana subieron un 2,4%. Y es que los analistas auguraban unos siete millones de terminales servidos en los 30 primeros días de la campaña.
La sensación de misión cumplida es más matizada si se compara con los lanzamientos anteriores. El S5 tardó sólo 25 días en lograr la cifra mágica de los diez millones de terminales y el S6 (en sus dos modelos) lo hizo también en un mes.
Las comparaciones son odiosas y el catálogo de Samsung no tiene nada que ver con el de Apple que fía todo su negocio prácticamente a un único modelo. Pero la maquinaria comercial de la compañía americana ha sido capaz de vender 13 millones de iPhone 6S en un fin de semana, aunque los augurios dicen que este año van a sufrir no ya para superar las cifras de 2015, sino para mantenerlas. De momento, el miércoles llega a las tiendas españolas el iPhone SE, del que seguiremos hablando.
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