EL CLIMA

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miércoles, 8 de junio de 2016

"Yo soy así":

“¡Ya sé, es mi raye, bancame!”, les decimos a nuestros amigos o, peor, a nuestra pareja. “Si soy así, qué voy a hacer”, dice la letra del tango. Parece que con eso el maltrato o los caprichos quedan justificados.
Esas formas de “locura” que no parecen demasiado graves son en realidad enfermedades psíquicas, las , originadas en la infancia por la dificultad de resolver ciertos conflictos emocionales.
Esos sentimientos y experiencias dolorosos se
reprimen, es decir se olvidan, se hacen inconscientes, pero sus efectos retornan a través de una gran cantidad de síntomas.
Según la persona, estos síntomas se expresan en tres áreas diferentes: el cuerpo, la mente o la relación con el mundo. Y a veces se combinan trastornos en varias áreas en una misma persona.
En el cuerpo aparecen dolencias con gran componente emocional: contracturas musculares, problemas digestivos, de la alimentación, del sueño o de la sexualidad, como parte de los síntomas de la histérica.
En la mente se desarrolla una preocupación permanente con ideas recurrentes, ansiedad, dudas interminables para tomar decisiones cotidianas, pensamientos sin salida, que llevan al agotamiento físico y mental y a la parálisis ante los proyectos y desafíos. Estamos hablando de la obsesiva.
Por otra parte, en la vida de relación se genera la evitación de personas, lugares y actividades necesarios para el desempeño habitual, temor al diálogo con las personas cercanas, aplazamiento de trámites simples, miedo a enfrentar una entrevista laboral o una reunión social, dificultad para formar pareja. Fobia es el nombre de este tipo de .
Todos estos síntomas conducen a la ansiedad, el malhumor, la insatisfacción y a la pérdida del entusiasmo, la creatividad y la alegría de vivir.
¿Raye, capricho? No. Una discapacidad emocional progresiva e invalidante.
El psicoanálisis nos ha hecho comprender hace tiempo que son conductas que no podemos manejar mediante una decisión voluntaria. También se suele decir que hay que aprender a convivir con esas limitaciones y tolerarlas. A veces esta explicación sirve de excusa para pedir la tolerancia de los demás. “Me atrasé en entregarte el trabajo porque soy muy obsesivo”, “Me siento mal pero sé que es del bocho”. “¿Podés hablarle vos porque yo no me animo?”
Sin embargo aquí no termina el problema. La no es sólo una enfermedad con cierto grado de discapacidad psicológica. Esta discapacidad, en la juventud y la edad adulta, se hace progresiva, ocupando cada vez más espacio y deteriorando la vida del individuo.
Los síntomas físicos se multiplican y se agravan, con riesgo para la salud y la vida; las obsesiones mentales se complican y ocupan cada vez más tiempo, en detrimento de la productividad y el bienestar; los miedos y fobias aíslan cada vez más del mundo y de las personas, estrechando el horizonte y condenando al deterioro económico y la soledad afectiva. La vida de pareja se deteriora, la relación con los hijos también. Los amigos se alejan.

¿Se puede prevenir esta expansión de la enfermedad? Librada a su curso, la se cristaliza en rasgos de carácter. Sin embargo, tratada adecuadamente evoluciona hacia una mejoría y lo indicado en estos casos es pedir ayuda psicoterapéutica.
No olvidemos que la enfermedad progresa. Las alternativas son una discapacidad creciente, con los fracasos afectivos y laborales que la acompañan o una vida cada vez más creativa y ampliada por múltiples intereses, proyectos y expectativas.
*La Dra. Sonia Abadi es médica, psicoanalista e investigadora en innovación y redes humanas.

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